miércoles, 7 de enero de 2015

EDUCAR EN LO ESENCIAL


El maestro es ahora el científico. Ya no basta con transmitir conocimientos que muchos científicos investigan y descubren. Así pues, debemos educar para crear nuestro propio futuro y no imitadores en un modelo de sociedad determinado. Para ello, el aprendizaje cooperativo se convierte en el principal motor para hacer posible esta nueva forma de aprender, enseñar y educar. También es importante no olvidar para hacer posible esta nueva forma de educar, que el estar en clase no quede reducido y empobrecido a un “trabajar juntos” sino más bien un “vivir juntos”. Es decir, que el encuentro que establecemos con nuestros alumnos/as sea personal y no sólo limitarnos a estar delante de ellos/as.

Dejar el aprendizaje por imitación y desplegar las alas para aprender por sí mismo

Según Carlos González (2013), como maestros/as debemos descubrir a las personas que hay detrás de cada personaje que interpretan. Sabemos que cuando se produce un conflicto en el aula con un alumno/a determinado, es entre el personaje que él interpreta con el personaje que el maestro/a también interpreta. Debemos romper con ese miedo que muchos maestros/as tenemos. Debemos dar en clase lo que sentimos. Entonces cuando el maestro/a aprende a trabajar detrás de los personajes, de sus alumnos/as, hay algo más que un simple personaje, entonces los problemas en clase no rompe la relación entre maestro/a y alumno/a, al revés, la enriquece.

Por tanto, el maestro/a es un ambientador en clase para que esa sabiduría, esa genialidad que cada uno llevamos dentro aflore. Lo cual el maestro/a debe tener una fe ciega en que dentro de sus alumnos/as hay algo esencial que debemos descubrir. ESE ES EL SECRETO.

Dicho esto, podemos decir que la educación es como un “Huevo Kínder Sorpresa”. Tenemos que sorprender a nuestros/as alumnos/as, a la vez que tenemos que entender su interior, ya que en ellos se esconde una satisfactoria sorpresa que tenemos que descubrirla. Por tanto, consiste en traer la vida a la clase y no dejarla colgada junto con el cuerpo y los sentimientos, tanto del maestro/a como del alumno/a, en un gran armario invisible que hay a la entrada de nuestras aulas, tal y como señala Rosa María Caparrós Vida (2005) en su libro Nuestras voces y el cometa de los sueños posibles.



¡Hasta la próxima entrada!

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